Hay muchas razones que justifican el endeudamiento público, pero la clave es hacerlo con prudencia porque, como bien dijo Vito Tanzi, el brillante economista italiano: la deuda tiene dos fases, la fase feliz cuando se gasta y la fase triste cuando se paga.
Magín J. Díaz
Este no es un grito de guerra para defender la política de endeudamiento del Gobierno Dominicano. Es el título de un reciente libro del distinguido macroeconomista e historiador económico de la Universidad de Berkeley, el profesor Barry Eichengreen y otros tres colegas.
Los autores argumentan que “la habilidad de los Gobiernos para emitir deuda ha jugado un rol fundamental para enfrentar emergencias, tales como guerras, pandemias y crisis económicas o financieras. Pero también, para financiar bienes y servicios públicos esenciales como la educación, la salud y el transporte. En este sentido, la capacidad de emitir deuda ha sido integral para la sobrevivencia y la construcción de los Estados. También el mercado de deuda pública ha contribuido al desarrollo de los mercados financieros privados; y a través de este canal, al crecimiento económico.”
Me imagino que al finalizar esta cita ya muchos lectores estarán pensando de todo, quizás hasta improperios. Pero analicemos un poco la evidencia ¿Cómo se enfrentó el Covid? Con deuda; y a un nivel tal que el déficit del Gobierno Central fue de 336,000 millones de pesos en 2020. ¿Qué fuera de Santo Domingo y sus tapones sin el Metro financiado con deuda pública? ¿Cómo creen que se ha podido destinar 4% del PIB a la educación a partir del año 2013? Pues con deuda, porque no existe ningún otro país con la presión tributaria que tenemos que pueda destinar tantos recursos propios a un solo sector.
Algunos dirán que estos gastos fueron mal hechos. Pero entonces el problema es el uso de los recursos, o sea, la gestión del gasto público. No es tanto un tema de su financiamiento. Pero podemos hacer un experimento. El Gobierno puede bajar el gasto público al nivel de sus ingresos y ya no fuera necesario endeudarse. Eso requiere recortar 220,000 millones de pesos de gasto público este año. Y aún nos quedaría el déficit del Banco Central. Dejo al lector que piense en su gasto favorito para recortar.
¿Han bajado el gasto y la deuda con un partido diferente? No. De hecho, el gasto en términos relativos es más alto que en el 2019. Se puede decir que esto se debe a erogaciones extraordinarias por pandemia y por la crisis internacional, ambas razones muy válidas. Pero la realidad es que aún sin pandemia el nuevo Gobierno no tenía planes de bajar el gasto. Lo dijo muy claro el año pasado: se necesitan 5% del PIB para atender las necesidades de gastos adicionales en Policía, salud, vivienda, infraestructura y en muchos otros sectores en que la inversión está rezagada.
El problema entonces no es la deuda. El problema es que los gastos son más altos que los ingresos. Y si el gasto es difícil de bajar, entonces la salida es aumentar los impuestos. El Gobierno lo sabe y por eso ha tratado de hacerlo. Otra cosa muy diferente es que no ha podido o bien que la población no lo ha permitido.
Así que la deuda tan satanizada es la que va a permitir al Gobierno llegar al 2024 con un buen desempeño macro, atendiendo la crisis del sector agropecuario, aumentado las ayudas a las familias y sin aumentos adicionales en la tarifa eléctrica (¡porque esa decisión implica un aumento del déficit!). Y como no hay almuerzo gratis, la deuda pública consolidada seguirá aumentando a un ritmo promedio de 5,000 millones de dólares por año; y al finalizar el 2024 el monto total de la deuda estará en el entorno de los US$ 75,000 millones.
Ya a estas alturas otros lectores estarán pensando en que el mundo era mejor en los Gobiernos de Balaguer, conocido por su aversión a la deuda pública. Esto está en el imaginario de muchos, pero lejos de la realidad. La tozudez del caudillo para no endeudarse llevó al país a una de las mayores crisis económicas de nuestra historia. La razón es sencilla: cuando se le acabó el dinero para sus grandes obras de infraestructura, recurrió al financiamiento monetario del Banco Central. Y esta deuda sí que es mala. El resultado fue una espectacular devaluación de la moneda acompañada de la más alta inflación de la historia.
La realidad es que hay muchas razones que justifican la deuda pública, no solo las mencionadas al principio, sino por ejemplo el financiamiento de inversión productiva o grandes proyectos de infraestructura de los cuales el país se va a beneficiar por décadas. La clave es hacerlo con prudencia porque como bien dijo Vito Tanzi, el brillante economista fiscal italiano: la deuda tiene dos fases, la fase feliz cuando se gasta y la fase triste cuando se paga.
Fuente: Diario Libre