Consistentemente, para posponer el costo político de ajustar las cuentas públicas, seguimos recurriendo a esquemas financieros cada vez más creativos, pero en el fondo estamos posponiendo la solución económica. Esto será hasta un día.
Magín J. Díaz
Pónganse en el lugar de un Presidente ante este problema: el Gobierno tiene más de veinte años con déficits estructurales y esto hace que la deuda aumente cada año. Esto es un problema económico, pues los gastos son mayores a los ingresos. Y la solución consiste en aumentar los ingresos, bajar los gastos o una combinación de ambas cosas, para evitar una crisis.
Aquí entra a escena un asesor y dice que hay que bajar los gastos. En este caso sugiere recortar algo a Educación que nunca ejecuta lo presupuestado, bajar la nómina pública (aunque eso implique menos policías, militares, médicos, enfermeras y profesores); y reducir la inversión pública porque simplemente esta es la partida más fácil de ajustar ante la rigidez del gasto corriente.
También recomienda aumentar los impuestos e inmediatamente da las siguientes opciones: generalizar el ITBIS, incluyendo medicinas y alimentos; aumentar las tasas de impuesto sobre la renta personal y empresarial; eliminar las exenciones al cine, al turismo, las zonas francas y a las empresas en la frontera.
Si falta dinero, sugiere aumentar los impuestos a las propiedades, a la gasolina, alcoholes y cigarrillos. Para “vender” la reforma sugiere quitar los ya famosos diez dólares a los pasajes aéreos y así complacer a la diáspora (¡se puede solicitar el reembolso, pero no entienden eso!); y dejar tranquilas a las bancas de apuesta para no estar peleando con los congresistas.
También sugiere aumentar los peajes cuyos precios están fijos desde hace años y no reflejan el costo en que incurre el Gobierno para mantener las carreteras en buen estado. De paso cobrar más por los servicios de recogida de basura, agua y otros más por los que el Gobierno cobra un precio irrisorio.
El Presidente descarta estas opciones por considerarlas contrarias a su programa de Gobierno, de alto costo político y que afectarían la paz social. El asesor es calificado de ingenuo e inexperto por querer bajar el gasto público; osado y fiscalista por querer aumentar los impuestos. La propuesta es considerada un engendro de los organismos multilaterales.
Aquí entra en escena otro asesor (probablemente abogado o financista) y dice que podemos gastar más sin subir impuestos y sin que aumente la deuda. Solo el asesor se cree eso, pero sigamos adelante. Y para esto hay varias formas de hacerlo:
- Utilizar la figura de los factorings. Este es un instrumento financiero válido y cada vez más utilizado en que el dueño de una deuda la vende a descuento y a cambio recibe la liquidez. Todos ganan.
- Otorgar líneas de créditos a contratistas a través de la banca comercial. Cuando el Gobierno paga, entonces se saldan. Es simplemente una operación que permite adelantar los flujos.
- Titularizar flujos futuros. Es decir, emitir bonos cuyos pagos estén sustentados en algún flujo de ingresos que se identifique (como los peajes, por ejemplo).
- Realizar Alianzas Público-Privadas en que el inversionista hace el gasto y el Gobierno pone garantías, por ejemplo. Algo así como la autopista del nordeste, de mala recordación y tal vez mala implementación. Pero la idea no fue mala.
- Utilizar la figura de los fideicomisos, es decir, se transfieren algunos activos del Estado para que sean gestionados y administrados sin la burocracia estatal. Y éste se puede endeudar sin impactar las cuentas públicas, al menos esto es lo que creen algunos.
- Solicitar avances de impuestos a las grandes empresas. ¡No son gratis estos adelantos, pero nunca se transparenta el costo!
En adición, para que la macroeconomía se vea bien se pueden hacer operaciones de manejos de pasivos. Es decir, pateamos algunos pagos de deuda al futuro y lo hacemos, aunque en algunos casos la deuda aumente y la operación resulte carísima. Total, la mayoría de la gente no se da cuenta.
Ya el lector debe tener claro cuál opción va a preferir un político. Siempre que pueda tener una solución financiera se va a decantar por ésta.
Y no debemos estar siempre en contra de este tipo de mecanismos. Aquí tengo que ser muy enfático. Los mercados de capitales y las operaciones que en ellos se hacen deben ser siempre una opción a tomar en cuenta. El manejo prudente del endeudamiento y de instrumentos financieros deben ser parte de una buena estrategia de finanzas públicas.
El tema es que, consistentemente, para no incurrir en el costo político de ajustar las cuentas públicas, seguimos recurriendo a esquemas financieros cada vez más creativos. En el fondo lo que estamos haciendo es postergar la solución económica. Hasta un día.
Fuente: Diario Libre